sábado, 7 de julio de 2012

Hasta hace no mucho, jamas había llorado en mi vida, con llorar me refiero, a llorar verdaderamente, a sentirse afectado por la desdicha y dolor verdaderamente.  El llorar maduro, adulto del cual aprendemos, a los golpes pero aprendemos. A los 17 años fue el momento en que me desmorone, en que mi castillo solido de cemento que me protegía del mundo se derrumbó. Derrumbado por algo, derrumbado por alguien que produjo ese algo, esa suma de sentimientos que hasta el día de hoy son un misterio para el hombre moderno.
Siento que por nada del mundo podría llorar, ¿por qué hacerlo? si nada tiene sentido, ni vale la pena realmente, ni siquiera con la muerte de un ser querido podría llorar, ¿por qué hacerlo?, es un parte mas del proceso de la vida.
Pasar de ser un ser que no sentía nada por nadie, que vivía en una falsa superioridad a de nuevo, no sentir nada por nadie, pero no por falta de sentimientos ni falta de humanidad, sino por aceptación, aceptación de la gran puesta en escena de nuestra vida, darse cuenta que uno no encaja, de que en el "fondo" nadie encaja y ese es el problema, que nadie encaja solo en el "fondo", miles de personas se detestan, se desean la muerte y se saludan con amabilidad, pero no amabilidad cordial, la que nos enseñan nuestros padres, NO! cordialidad asesina, cordialidad propia de Judas, merecedora del mayor estratega en camino de eliminar a su enemigo.
Solo una vez en mi vida, viví el sentimiento de divinidad, de divinidad humana, de que todo encajaba perfectamente para que en ese momento dos personas pasemos de ser algo, para convertirnos en alguien. Para convertirnos solo nosotros en "nosotros" y que esa palabra le de sentido a la vida.
Pero solo una vez pasó y por ahora me alcanza para vivir, para poder nadar en la corriente sin ahogarme, sin derramar una solo gota, una sola lágrima por nada ni nadie.


L.Müller

No hay comentarios:

Publicar un comentario